Penitencias anticipadas.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Salió temprano para hacer unas diligencias que le apuraban. Tomó el colectivo porque le quedaban unos pocos pesos y no quería gastarlos en taxi ni otras cosas superfluas. Se movió con presteza y logró hacer casi todo lo que se había propuesto. A la iglesia a confesarse y cumplir con la penitencia, pagar un par de cuentas, buscar dinero en el cajero, mirar vidrieras para presentes pendientes y pensar un poco mientras alegraba la vista mirando gente. Luego llamó a Rodolfo y le dijo que esperara un rato si se demoraba. Dale, te espero, no hay problema. ¡Esa voz de Rodolfo! El preferido. Ya había convenido las señas discretas que usarían para encontrarse, sólo tenía que leer el correo que le enviaba. Sólo para esas situaciones era casi siempre puntual.

 Todo empezaba con un correo electrónico  escrito por una tal Hermana Superiora Novak,  Hermana Robledo o una hermana distinta según sea el remitente, y para ello ya tenía varias cuentas fantasmas y personalizadas listas para el uso. A modo de correo cadena para no levantar ninguna sospecha y que pueda ser visto desde cualquier lugar público, privado o incluso pedir a alguien que lea su casilla. Ponía especial atención a que le lean los remitentes y los asuntos. Cuando veía en su casillero “RE: Testigos Católicos. Y Jesús les dijo: Vengan conmigo…Ev.S.Marcos 13.30” ya sabía que tenía que llamar a esa hora y si decía “RE: Testigos Católicos: Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja. Ev.S.Marcos 18:28” se encontrarían en el barcito MarcoPolo para partir a ese destino preanunciado. Siempre leía antes que nada su correo al llegar a cualquier lugar donde haya una computadora. Y lo borraba con el rostro lleno de fruición y satisfacción.

Había salido temprano a comprar algunas prendas íntimas que usaría la próxima vez. Le encantaba sorprenderlo con lencería nueva y vistosa. Esa lencería que él decía que era de las putas y de películas pornográficas. Eso le encantaba. Se depilaba perfectamente todo el cuerpo  cada semana y el día anunciado empezaba sin nada debajo de la ropa.  Sabía que eso lo volvía más loco al viejo porque, decía, así siempre se está listo para la acción en cualquier momento y lugar. Solía mostrar sus compras en el trabajo y se vanagloriaba contando para quién era. Si alguien que llegaba tarde preguntaba algo, sólo reía y todos reían. ¡Dale nomás! Le decían y todo quedaba en la nada y cada quien a su tarea.

Antes de finalizar el trabajo avisó que no llegaría a cenar, una reunión sorpresiva de trabajo. Durante la llamada improvisó una serie de improperios y casi sin dejar que del otro lado hable nadie, fingiendo no escuchar nada además de un enojo tremendo por tal situación y además los reclamos que escuchaba que más ira le daba. Colgó con rabia, pero sonriente. Llegó a la cita. Rodolfo le tomó entre sus brazos y le dio el abrazo fuerte. Que nada sea sospechoso. Y  le dijo: llegaste tarde como siempre, pero no importa, siempre vale la pena. ¿Ya vamos? Y le pasó la mano por las nalgas saboreando de antemano la ausencia de pliegues de otras prendas. Igual vamos a tener un poco de tiempo juntos  ¿Avisaste a tu mujer?

Serpentario

domingo, 9 de septiembre de 2012

¡Oiga! Escuchó. ¡Oiga! Era la vieja de la esquina que venía con ese batón multicolor entre anarajados, amarillos y otros colores indefinibles. Antes de darse vuelta preparó una muy falsa sonrisa muy cordial. ¡Doña Cata! ¿Cómo anda? Y esperó a que llegue chancleteando y agitada. No se movió. Ni un poquito de cortesía le merecía, después de todo lo que le había hecho.

Zozobrando en cada respiración, la anciana, trataba de hablar y apenas le entendía -o se hacía el desentendido- y le pedía que repita. ¡Espere un cacho! Le dijo en un último aliento. Se apoyó con una mano en el brazo del hombre. Luego la otra mano en el otro brazo y casi colgándose ya, y derrumbándose simultáneamente. Y él dibujaba la sonrisa entre forzada y maliciosa, no sabía si era otra artimaña como la vez pasada. Ahora seguramente quería pedirle plata y se hacía la enferma. No pudo remediar el recuerdo de cuando fue a decirle a todo el mundo que le pegaba a la Sandrita. Y continuó pensando. Pobrecita. Gracias a Dios. ¡Que se embrome! Sí. Aunque me chupé un par de días en la comisaría, me revisaron hasta el fondo del culo esos canas de mierda. Recordaba con rencor y pensó también en que se salvó que lo azotaran gracias a que estaba el Enebre, el comisario, que lo conocía de chico.

Una secuencia de pensamientos, recuerdos, imágenes, casi simultáneamente sucedieron en ese instante. ¡Pucha! ¡Deje de hacerse Doña Cata! Le grito e intentó apartarse, pero la vieja lo sostenía fuertemente y mirándolo directo a los ojos. Continuó diciéndose a sí mismo que se embrome la Sandra. Y esta vieja que fue de testigo cuando la Sandra fue a denunciar en la policía que yo le pegaba y la maltrataba. Y era ella la que andaba diciendo un montón de cosas por todos lados. En el almacén y a todas las vecinas. Menos mal que zafé al fin de esa mujercita. Me agarraba con lo que tenía, hasta me amenazó con el machete. ¡Y esa vez que casi me corta el miembro! La verdad que estaba loquísima. Y mis amigos que se morían de risa. Recordaba.

La vieja se resbaló hasta el piso sin dejar de agarrarlo fuertemente y hasta lo rasguñó mientras le desgarraba el pantalón con la fuerza sobrehumana o transhumana que tenía en ese instante. Qué increíble el teatro que hace esta vieja. Pensó ya molesto e incómodo, y más cuando vió que la cabellera teñida de la santiagueña de la esquina que asomaba por el ventilete del costado de la cocina.

Y se acordó esa vez, era el día anterior a que lo denuncien falsamente, cuando Sandra casi le corta la pinga con la trincheta. Tenía las imágenes bien vivas. Cuando lo tenía agarrado por sobre el vaquero y de un solo movimiento rabioso le había cortado hasta el cierre de la bragueta. Lo llegó a lastimar un poquito. La policía ni lo revisó. Y comenzó a dudar que se haya salvado de los garrotazos de los milicos gracias al comisario sino porque estaban muertos de risa cuando contó las cosas que ella le hacía. Él era la víctima. Y cuando contó que Sandra amenazaba con suicidarse cortándose la garganta con la trincheta con todas las huellas de él, para culparlo aún cuando estaba muerta. Ahí estallaron en risotadas. Pero él la quería y cuando no estaba así era muy lindo compartir con ella.  Pobre Sandrita, lástima que se volvió así. ¿O siempre fue? Dudó. Pensó.

Pero lo peor es que no era ni por celos de otras mujeres. Él nunca había estado con otra porque la quería, se había enamorado y ella lo sabía. Pero, con el tiempo apenas ella escuchaba algo que le parecía sospechoso comenzaba a hablar en un monólogo increíblemente bueno, deduciendo cosas fantásticas, realmente fantásticas; y basado en eso, esas deducciones estaban bien apoyadas, pero en su cabeza. No paraba de hablar. Y poco a poco, cualquier cosa que él decía o hacía, o peor: si no decía ni hacía, se enfurecía más y más hasta llegar a extremos de un delirio increíble, como si quien hablaba ya no era ella sino otra, una transmutación de sí misma. Y la ira iba brotando cada vez más rápido. Y si él intentaba calmarla con cariño, era como si una granada de nitroglicerina reventase dentro de ese cerebro, tan privilegiado para hilar ideas en esos momentos de alta tensión y decirlas sin trastabillar. Al principio se daba media vuelta y se iba a hacer cualquier otra cosa, o a caminar por las veredas. Tan ciega de ira. Pobre Sandrita, pensó.

La vieja estaba en el piso, gimiendo. Doña Cata ¿Qué le pasa? Preguntó preocupado y tratando de apartarse. Le sentía aprensión y si estuviese enferma aún más todavía. En todo caso, en realidad tenía miedo de contagiarse de lo que fuera si la tocaba. Se agachó un poco. ¿Doña Cata? Hincó una rodilla en el piso y se agachó sobre la cabeza de la anciana y que lanzaba espumarajos verdes de la boca y la nariz, mientras luchaba por respirar y balbucear débilmente mientras boqueaba. ¿Está enferma? ¿Qué le pasa? ¿Qué dice? Y ahí fue que escuchó, mientras sentía el escalofrío de la muerte. Del miedo. Del temblor por la impotencia de las verdades que nadie ve y por el sonido de la sirena que venía acercándose rápidamente.

La vieja le había dicho cosas a Sandra. La aconsejaba, decía. Esa hija de puta que me culpaba de todo, hasta cuando le dolían las entrañas por la menstruación. Me echaba la culpa de todas sus desgracias. Recordaba sin poder evitar sentir esa impotencia, miedo y hasta rabia.

Y siguió retumbando en sus oídos lo que dijo esa vieja maldita, vieja de mierda. Y su mugroso vómito verde de maldad. Dejé una carta porque vos me mataste con veneno de ratas... Y doña Cata comenzó a temblar sin control. Lo que siguió balbuceando era ininteligible. Y Nacho, también tembló.

Del patrullero bajaron los policías. Vieja de mierda, pensó. Primero la Sandra que se golpeaba en canto de la puerta, se rompió los dedos aplastándoselos con la misma puerta y fue a decir que yo le rompí la mano. ¡Loca! ¡Esta vieja es contagiosa!

Sintió las esposas y el empujón brutal que lo tiró de boca al piso, una rodilla en su cuello y otra en la espalda.

Esa doctora era buena persona.

martes, 17 de julio de 2012


- Esa chiquita no se parece a vos… - Dijo la vieja arpía. Por alguna razón le había agarrado odio. Celina sólo sonrió tímidamente y se encogió de hombros. Hacía poquito había ido a parir a la Maternidad esa hermosa nena que ahora tenía en brazos.
Juan era muy buen padre. Pero a medida que pasaba el tiempo la beba no se parecía a ella. Sí, era una mujercita, pero nada tenía de la familia de ella. La amaba, claro, pero aún recordaba las palabras de esa vieja infeliz.
Se enteró que había un lugar donde hacían un análisis para saber quien es el padre, pero era carísimo. Juntó el dinero como pudo y, sin que nadie lo sepa, fue al laboratorio. Allí supo lo que siempre intuyó: la nena no era hija suya pero sí del marido. ¡Esa niña era su única hija! ¡Tanto quería! La luz de sus ojos. Sin dudarlo pensó ¡Es mi hija!

El padre de la nena dijo conocía a una mujer que trabajaba ahí y que sería de ayuda para cuando nazca el bebé. Pero había salido con esa mujer, lo sabía. ¿Esa mujer habrá tenido algo qué ver? El marido decía tener muy pocas amigas y poco o nada hablaba de ellas, quizá sólo cuando se cortaba el pelo porque alternaba entre dos peluqueras desde hacía muchos más años que se conocieran y ahora todavía iba a ellas, sólo a ellas. Solíoa decir que eran amigas desde hace años, que no era nada malo ni extraño, y que podía conversar con ellas de todo. No dejaba de ser un poco raro, porque siempre se muestró muy delicado con las cosas que habla con otras personas. Celina comenzó a pensar, a desconfiar quizá, si habrán sido sus amantes ¿Novias, quizá? De todos los retazos y detalles esfumados del pasado que le contó, recordaba que alguien trabajaba en la Maternidad. ¡Eso sí era seguro! ¿Pero quién? ¿Cuál? Al menos conocía a una de las peluqueras, y era visible la incomodidad cuando, a veces, ella esperaba que termine el corte de pelo; a la otra apenas si la vio una o dos veces. Sólo la vio. Nada del otro mundo. A veces la atormentaba el pensamiento de con cuántas se habrán cruzado sin que ella supiese.
La nube de dudas comenzó a nublar toda su imaginación y sus ilusiones. Sufría. Había demasiados cabos sueltos y detalles no visibles. Pensaba en ese pasado de él, que apenas le había contado algunas, muy pocas, cosas como situaciones graciosas, situaciones extrañas, como aquella mujer casada, pero infiel, que nombraba a su marido cuando estaban en la cama. También había un extraño ser, una mujer, con quien no pudo hacer nada -le contó una vez entre risas- porque tenía ambos sexos, pero conservaba una linda amistad porque es muy buena persona. Esa mujer se casó y tiene ahora una hija pequeña, finalizó el relato y enfatizó: “sólo amistad”. A veces se cruzaban porque tenían lugares de trabajo cercanos, y hasta se ayudaban en algo relacionado con el trabajo de lo que Celina no entendía muy bien. Quien sabe cuántas situaciones y mujeres más que ella no sabía -ni quiso ni quería ya saber- y que quizá se la habían cruzado a diario, en esos saludos imperceptibles.
Cuando se conocieron, él recibía algunos llamados extraños que se negaba a contestar. Le parecía rarísimo. Porque en esa época vivía pendiente de su teléfono. Recordó que cuando se pusieron de novios lo hostigaban las llamadas de muchas mujeres, y él decía que eran compañeras o clientas. ¡Y una vez una fugaz empleada doméstica! Eso pasó delante de ella. Él le explicó muy alegremente que un amigo había publicado su teléfono para realizar entrevistas de niñeras para sus hijos pequeños. ¡Pero esta desvergonzada lo invitaba a tomar un café “sin ningún compromiso”!

Celina tenía un torbellino en sus pensamientos. Recuerdos. Sin embargo todo era tan tranquilo desde que tenía tres o cuatro meses de embarazo y ella estaba tan enamorada de él y él de ella. Salvo aquella vez que Juan tuvo esa locura de ir a Gualeguaychú con sus compañeros de trabajo y algunos clientes, justo antes que termine el carnaval. A un congreso de médicos, le dijo campantemente y lo hizo contra viento y marea. Todos eran visitadores médicos, le aclaró y que además era trabajo. Se fue a pesar del estado avanzado del embarazo y, al volver ni siquiera le mostró las fotos que tomó en esas dos semanas en que apenas si le respondía el teléfono cuando lo llamaba. Siempre estaba ocupado. Siempre apurado, las pocas veces que respondía.
Juan le había contado alguna vez, como siempre, algo casi sin importancia, que una mujer con muchas influencias lo acosaba y hasta habló difusamente de un confuso aborto. Ella nunca preguntó mucho, sólo eran cosas del pasado. Pero ahora recordaba vivazmente y su sospecha la llevaba a que podría ser la Directora de la Maternidad.
La de la Maternidad, seguro era doctora. Esa era la que podía tener muchas influencias con todo el mundo. Y si era de la Maternidad, más que seguro.

Así recordaba, cada vez más, uno a uno los pocos retazos que conocía de esa vida pasada de Juan. Esos que él mismo, en algunos de sus impulsos con fines entre educativos y comparativos, para mostrarle cómo la quería y qué cosas había rechazado por amor a ella. Con el tiempo comenzó a contar cosas que antes decía no haber hecho y, de repente, sí las había hecho.

La de la Maternidad, le seguía dando vueltas; esa era la que le daba más mala espina.

Pensaba que cualquier cosa que hiciese le afectaría a su hija. Ya habían pasado veinte años y la nena comenzó la universidad. Todo era tan tranquilo que le resultaba imposible romper esa paz, esa armonía que se veía y se sentía. Lo que hiciese le arruinaría la vida a su hija que tanto quería. Pero su tormenta de pensamientos era un tormento.
Se enfermó de los nervios. Visitó cuanto médico pudo y le dijeron. Se prometió, en silencio, una venganza al mismo nivel, pero no podía, su espíritu de rectitud era más fuerte. No podía hacer lo mismo que él.
Cuando comentó con sus amigas y conocidas sólo le dijeron que deje todo como está, que todo estaba bien, que ya había pasado tanto tiempo que no tenía mucha importancia. Que se olvide y que perdone, por amor a la nena. Y otras, las pocas, dijo que lo deje al marido. Pero, le parecía injusto. Porque a pesar de todo él estaba a su lado, ella lo quería y, además, quizá él tampoco sabía nada.

Dos años después Juan murió en un accidente. Y en el velatorio aparecieron muchas personas. Pero tantas personas y muchas eran desconocidas para ella. Muchos matrimonios que le dieron sus sentidas condolencias. Y Celina miraba para ver algún detalle que las delatara. ¿Cuál? ¿Cuál de todas era o todas eran?
Celina estaba casi sola, sentada, agobiada a un lado del féretro. Por la noche llegó una mujer de unos sesenta años y con chaquetilla blanca. Celina apenas pudo reconocerla. Esa señora había sido su enfermera cuando nació la nena. La enfermera miró en derredor y se sentó pesadamente al lado de Celina. Suspiró. Se arregló la falda y acomodó la cartera sobre el regazo. Y habló.
- La doctora se apenó tanto de su situación que me ordenó que lo haga. –Hizo una pausa y continuó- La hija de la doctora nació el día anterior a la tuya. ¡Pobre nena! Nació casi sin vida, además tenía los dos sexos, pobrecita. Y a los pocos minutos de dejarla en la incubadora… - Hizo una pausa de pesadumbre y continuó - Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance. Falleció.

Se lo dijo sin más, así en frío. Sin siquiera presentarse.
– La doctora dijo que apreciaba mucho a Juan y, como era soltera… Era más fácil así para todos. Por todo ese asunto de los papeles. ¿Sabe? Murió también ayer. Era muy buena persona esa doctora... – Miró gravemente a Celina y comprendió- Usted ya se imaginó todo esto ¿Verdad? 

Zamba del hornero y lapacho en flor.

lunes, 12 de septiembre de 2011
Camino a San Pablo, bajo del lapachar
las penitas se hicieron agua
y mojaron la tierra viva
pa' ser flores rosadas del lapachar
las lagrimitas mojaron la tierra
pa' florecer sueños de azahar.

Un corazón talló el árbol
y en el tiempo que nace una vida
ojalá por ese tiempo los pasos me lleven
donde la tarde sea tibia
donde la brisa sea serenata
pa los horneros cultivan el nido.



Cielo rosa de lapachos, y tierra verde,
dejalo al hornero que cante alegre
pa que crezca el hogar en tu regazo
donde el alpapuyo se asiente a descansar
aromada de amores y de jazmines
la mañana blanca y dulce de azahar



El hornero no camina por senderos,
vuela libre y vuela hacia su nido
porque su tiempo monta el viento
y nadie conoce de su vuelta,
porque el tiempo vuela al atardecer
y no vuelve atrás, siempre mira pa' adelante.

Compañera. Vidita veni a mirar dónde
el nido pronto crecerá en la rama del lapacho
pa' que tu canto alegre sea flor y verdor
en la puerta abierta que te espera a vos.
Pa' que florezcan besos entre tanto amor
de esos que sólo sabe tu lapacho en flor.

S:.F:.

S&S

El tren en que Marcela viaja.

lunes, 5 de septiembre de 2011




Todo empezó en un tren de larga distancia, o más bien en una estación de trenes. Cuando era muy pequeña y con muchas pecas. Sus ojos grandes y negros, siempre con esa expresión de quien añora algún tiempo que se quedó inserto en la memoria de cotidianeidades pasadas. Añoranza con esa carga emocional de cosas lindas. Los sabores de las mermeladas caseras, el aroma a pan casero hecho en horno de barro, con chamizas de tusca y leña de algarrobos.
Aquella estación donde se había despedido tantas veces y tan pequeña. Viajaba casi siempre con su abuela. Al menos era así como ella la llamaba, pero aunque era de cariño quizá tenía más valor que cualquier parentesco de sangre.
Era pequeñita, minúscula más bien, cuando viajaba de la mano de la señora mayor con quien viajaba. Tanto así que ya era más bien una costumbre de tender la mano y encontrarse con la de la de su abuela que siempre estaba allí para sostenerla y hasta, a veces, tironearla cuando se empacaba frente a alguna vidriera de panaderías. Esa lujuria gulosa que exponían en medialunas, masitas, panes y todo tipo de masas tentadoras para los transeúntes. Pocos se resistían y Marcela, al sentir los aromas tan sabrosos que hasta podía tocarlas y saborear las delicias de la vidriera recordaba esa infancia entre tantas delicias. Recordaba cómo había ayudado a hacer cada una de ellas. Y su recuerdo se hacía gesto, llevándose los dedos a los labios para relamerse de dulzura. Dulzura que se le pegó a la boca y que mucho después se convertirían en palabras.
De adulta, como reminiscencia de su infancia, solía colar unas galletitas en un bolsillo y otras en el del otro lado del pantalón, y además, para disimular llevaba una comiendo y otra en la otra mano. Así disfrutaba de las cosas más sencillas de la vida. Después, hacerse la desentendida y hasta se enojaba cuando encontraba tantas migas en los bolsillos. Siempre conservó a esa niña tierna que tiende la mano para que su abuela la guiara.
Así fue que cuando subió por última vez en ese vagón pulman del tren, se había dejado llevar por la fuerza de la costumbre, con su muñeca de trapo colgando del brazo, de patas largas que se arrastraban por el piso como si fuera una pataleta silenciosa, y sin dejar un rastro visible pero que hasta sonaban como arañazos intentando no subir al tren. Calló. Aceptó. Sabía que no tenía retorno, muy en sus adentros lo sabía perfectamente.

Los vagones de esos trenes siempre estaban repletos de gente, cada uno con esa historia propia y tan única como cada uno. Sueños. Vida. Mundos y universos múltiples, confinados en un cuerpo que a simple vista sólo es un humano más. Pero cada una con todo ese universo dentro se convertía, poco a poco en una persona. Muchas personas, y el gentío una suerte de caldo humeante y burbujeante de sueños y colores. A veces se sentía el bullicio de las conversaciones como el murmullo de un moscardón, interrumpido de la monotonía con alguna que otra expresión subida de volumen y hasta de tono. ¡La puta! ¡Permiso que tengo que bajar! Y cosas así. Parecía que todos se conocieran desde siempre, pero sólo eran compañeros de viaje y para muchos era la primera vez y la última.
Algunos, sólo se dejaban llevar por esa corriente de humanidad, desapercibidos e inexpresivos, hasta somnolientos o dormidos. Otros protestaban, empujaban, vociferaban. No faltaban los que sonreían tontamente, tan tontamente que hasta era ridículo; los menos, los pocos.
Alguna vez quizá le llamara la atención a la niña algún niño que viajara, pero sólo miradas tímidas. Y cada vez esperaba que bajase con ella en la misma estación. Había niños, y muchos. Pero apenas si iban dormidos o en sus mundos.
Bajaron ella y su abuela solas en una estación cercana a la ciudad. Una ciudad que más que grande sólo alcanzaba a serlo por su desapego a ser un pueblo.
En su nueva localidad vivió como siempre. Su niñez creció convirtiéndose en una mujer adulta, pero la niña siempre estaba allí y revivía cuando soñaba. Siempre sonriendo y siendo amable, cordial, obediente, suave, como si fuera una filmación que se repetía constantemente. La niña siempre tendiendo la mano, siempre dejando que su abuela la guiase tácitamente.
Poco a poco fue aceptando lo que la vida le regalase, tal como llegaba. Y así llegaron los besos y poco a poco niños, que la vida le regaló y ella los acogió como hermanitos menores. Brindándoles todo lo que estaba a su alcance y también ese amor de hermana mayor, que eso tenía mucho.
Con el tiempo el tren volvió a pasar. Cuentan que así fue. La gente se agolpó a viajar. Mucha gente. Más que antes o acaso los vagones eran más angostos o eran menos. Vaya a saberse.

Después de tantos años, de tanto tiempo, subió. Se trepó como pudo, y así se convirtió en una trabajadora. Enseñaba a vivir. Esa era su verdadera vocación. Enseñar. Le gustaba. Tenía la sonrisa paciente y la disposición a explicar. Las cosas más difíciles de entender o de existir, se convertían en realidad en su voz y cómo sus miradas y sus manos iban dibujando paisajes en el aire. Los niños podían tocar lo que contaba.
El tren iba y venía a la localidad donde vivía desde chica. Buscaba en cada viaje la felicidad. Esa felicidad que tanto enseñaba a tomarla pero no sabía cómo encontrarla para ella misma. Fue quedando huérfana de su propia carne porque así debe ser y pudo sentir cómo se le escapaba de las manos esos retazos felices.
Los viajes se hacían cortos y sin ningún sabor. Sólo viajaba. El tren nunca se detuvo en su localidad ese día en que todo se convirtió en un acto de magia.
Ese día apenas en la estación siguiente subió un niño que quizá iba de paseo, a lustrar zapatos o a la escuela nocturna. Sus ojos brillaron cuando se encontraron con él. La niña, que vivía en ella, esa niña de las galletitas, de las mermeladas y el pan casero, reconoció ese rostro. Se miraron y aunque todo tenía un sabor entre recordado y novedoso, apenas si dejó que el niño se sentase a su lado. Así viajaron, los dos niños. Y el tren quizá se detenga en algún atardecer, en algún anochecer, en algún otoño. Pero ambos felices de simplemente saber que están en el mismo asiento del mismo vagón, que va. Que va andando y andando, sin parar monótono y quizá en círculos. Pero el paisaje cambia. Cambia. Nunca pensaron en bajarse, o sí. Quizá. Pero aún no. Quizá esperarían el anochecer.

S.F.

Tristeza

sábado, 3 de septiembre de 2011
Un cielo de estrellas llena de luz,
con la oscuridad del universo por detrás,
tendrías que ser sol que ilumina todo,
dando vida y calor a los mundos.

Puedo ver la luz del sol sin taparme la cara
y la oscuridad sólo me da frío,
no pude entender el frío pero sólo vi la luz
en los ojos tristes del tiempo
donde se colaron unas estrellas del cielo.

Apenas eso vi pero quise un sol,
luz sin sombras ni siquiera nubes
apenas quise ser el único árbol sediento de luz
pero había más hojas que cielo azul

El brillo me cegó y la luna me tendió una caricia
que despertó mi corazón en sueños
pero hay más que corazón y luz
cuando se hace la noche y apenas
se ve una estrella fugaz

Tantas manos y tantas sombras
tantos rostros y tantas sobras
tanta luz y sin que lo sepas
tanta flor que desperdicia su aroma

Flor que se marchita por el calor de un corazón
Flor que se oscurece de luz y no sabe querer
Flor que se escapa de la mano que la acaricia
Esa flor que aún se conserva fragante
y no conserva el querer que la quiera.

Tristeza que revela mil sonrisas
y suspira sin sonreír para calmar su ternura
Tristeza que se esconde al mirar
y se inquieta al sentir.

Vidas y números

viernes, 2 de septiembre de 2011
La vida es una enciclopedia infinita

que da lecciones con cada paso,
acierto,
fracaso.
La vida nunca se equivoca ni acierta
solo va, en el sentido mismo del tiempo
solo es cuestión de hacer y esperar


La vida, a veces da lecciones,
la vida no enseña a vivir ni a tener fe
la vida enseña a construir y buscar
así se cometen errores que no se salvan
y aciertos, quizá menos, que salvan,
pasan los cuerpos y los rostros
pasan las razones y las locuras
sin saber cual es quien,
ni quien es cada cual,
pero siempre hay recuerdos
y yo viví sintiendo, 
fiel a lo auténtico,
fiel a sentir,
cuando no se siente
nada tiene sentido ni valor.

La vida, siempre da lecciones,
cuando te preguntás por qué.
¿Por qué?
Cambias los números por aquel que es,
lo que está esperando ser más y ya es,
jugando una tómbola, hasta absurda, 
en vez de tomar y guardar lo que 
ya se ofrece ser. Ser.

Rarezas que tiene la vida
no se la respuesta
será como un jardín sin flores
aunque lleno de rosas vanas.

Vida: ¿Me vas a decir?

La vida, siempre da lecciones,
de cosas que sirvieron y que no
olvidar por fin el desorden
de compartir cuerpos y almas
todo a la vez,
Te preguntás POR QUÉ,
y no hay respuestas posibles
más que lo que ves.
Porque nunca viví así,
como lo ves.

Por qué, Vida, consideras no estar
con la promesa de una realidad
feliz de aceptar,
por el que solo pudiera ser
el número de un juego triste
de ruleta, entre rusa
y con sinsentidos,
hasta sin razón alguna
para apostar sin ganar.

La vida, siempre me da lecciones,
a costa de sufrirla y creer aún
cuando todo va en contra.

La vida me enseñó a descubrir
los secretos 
que mejor 
tiene guardados
y me enseñó a tratar de creer,
pero no me enseñó a retirarmeo quedarme, 
decidir,
sólo vivir...

Descubrí al menos un secreto tuyo, Vida,
ese que sólo está lleno
de faltas de identidades
que existen.
Existen como números primos
como números enteros
como una tómbola
para jugar sólo jugar, 
pero lo que aún no sabés
que siempre perdés.

La verdad, Vida, casi siempre duele,
pero es la verdad lo único que vale,
hasta la muerte y más allá.
No hay valores de curso legal que valgan tanto.
La honestidad cultiva la fruta
que va a madurar,
a veces lo que hiciste ayer quizá sea lo del mañana,
y volver atrás no se puede,
lo pasado a veces se cobra con presentes,
y hasta con intereses sobre futuros de luz.

Los números cercanos,
los números abstractos,
no tan abstractos pero reales,
de cara o cruz, y existen,
caras de seis, dos, uno, cinco
valores devaluados,
verdades a medias,
verdades que no cambian,
verdades que recurren.

Vida, gracias por enseñar,
Vida, que siempre da lecciones,
Gracias Vida, Gracias,
gracias a todo 
lo que fue real y verdad,
que quise exclusivamente
sin dobles ni triples,
así Vida, fue la mía,
desengañado a veces
engañado otras
acorralado quizá,
y finalmente, Vida,
seguiré caminando lento a tu lado, haciendo camino
y la dulzura salva

y el olvido aún más

...

S. F.