- Esa chiquita no se parece a vos… - Dijo la vieja arpía.
Por alguna razón le había agarrado odio. Celina sólo sonrió tímidamente y se
encogió de hombros. Hacía poquito había ido a parir a la Maternidad esa hermosa
nena que ahora tenía en brazos.
Juan era muy buen padre. Pero a medida que pasaba el tiempo
la beba no se parecía a ella. Sí, era una mujercita, pero nada tenía de la
familia de ella. La amaba, claro, pero aún recordaba las palabras de esa vieja
infeliz.
Se enteró que había un lugar donde hacían un análisis para
saber quien es el padre, pero era carísimo. Juntó el dinero como pudo y, sin
que nadie lo sepa, fue al laboratorio. Allí supo lo que siempre intuyó: la nena
no era hija suya pero sí del marido. ¡Esa niña era su única hija! ¡Tanto
quería! La luz de sus ojos. Sin dudarlo pensó ¡Es mi hija!
El padre de la nena dijo conocía a una mujer que trabajaba
ahí y que sería de ayuda para cuando nazca el bebé. Pero había salido con esa
mujer, lo sabía. ¿Esa mujer habrá tenido algo qué ver? El marido decía tener
muy pocas amigas y poco o nada hablaba de ellas, quizá sólo cuando se cortaba
el pelo porque alternaba entre dos peluqueras desde hacía muchos más años que
se conocieran y ahora todavía iba a ellas, sólo a ellas. Solíoa decir que eran
amigas desde hace años, que no era nada malo ni extraño, y que podía conversar
con ellas de todo. No dejaba de ser un poco raro, porque siempre se muestró muy
delicado con las cosas que habla con otras personas. Celina comenzó a pensar, a
desconfiar quizá, si habrán sido sus amantes ¿Novias, quizá? De todos los
retazos y detalles esfumados del pasado que le contó, recordaba que alguien
trabajaba en la
Maternidad. ¡Eso sí era seguro! ¿Pero quién? ¿Cuál? Al menos
conocía a una de las peluqueras, y era visible la incomodidad cuando, a veces,
ella esperaba que termine el corte de pelo; a la otra apenas si la vio una o
dos veces. Sólo la vio. Nada del otro mundo. A veces la atormentaba el
pensamiento de con cuántas se habrán cruzado sin que ella supiese.
La nube de dudas comenzó a nublar toda su imaginación y sus
ilusiones. Sufría. Había demasiados cabos sueltos y detalles no visibles.
Pensaba en ese pasado de él, que apenas le había contado algunas, muy pocas,
cosas como situaciones graciosas, situaciones extrañas, como aquella mujer
casada, pero infiel, que nombraba a su marido cuando estaban en la cama.
También había un extraño ser, una mujer, con quien no pudo hacer nada -le contó
una vez entre risas- porque tenía ambos sexos, pero conservaba una linda
amistad porque es muy buena persona. Esa mujer se casó y tiene ahora una hija
pequeña, finalizó el relato y enfatizó: “sólo amistad”. A veces se cruzaban
porque tenían lugares de trabajo cercanos, y hasta se ayudaban en algo
relacionado con el trabajo de lo que Celina no entendía muy bien. Quien sabe
cuántas situaciones y mujeres más que ella no sabía -ni quiso ni quería ya
saber- y que quizá se la habían cruzado a diario, en esos saludos
imperceptibles.
Cuando se conocieron, él recibía algunos llamados extraños
que se negaba a contestar. Le parecía rarísimo. Porque en esa época vivía
pendiente de su teléfono. Recordó que cuando se pusieron de novios lo
hostigaban las llamadas de muchas mujeres, y él decía que eran compañeras o
clientas. ¡Y una vez una fugaz empleada doméstica! Eso pasó delante de ella. Él
le explicó muy alegremente que un amigo había publicado su teléfono para
realizar entrevistas de niñeras para sus hijos pequeños. ¡Pero esta
desvergonzada lo invitaba a tomar un café “sin ningún compromiso”!
Celina tenía un torbellino en sus pensamientos. Recuerdos.
Sin embargo todo era tan tranquilo desde que tenía tres o cuatro meses de
embarazo y ella estaba tan enamorada de él y él de ella. Salvo aquella vez que
Juan tuvo esa locura de ir a Gualeguaychú con sus compañeros de trabajo y
algunos clientes, justo antes que termine el carnaval. A un congreso de
médicos, le dijo campantemente y lo hizo contra viento y marea. Todos eran
visitadores médicos, le aclaró y que además era trabajo. Se fue a pesar del
estado avanzado del embarazo y, al volver ni siquiera le mostró las fotos que
tomó en esas dos semanas en que apenas si le respondía el teléfono cuando lo
llamaba. Siempre estaba ocupado. Siempre apurado, las pocas veces que
respondía.
Juan le había contado alguna vez, como siempre, algo casi
sin importancia, que una mujer con muchas influencias lo acosaba y hasta habló
difusamente de un confuso aborto. Ella nunca preguntó mucho, sólo eran cosas
del pasado. Pero ahora recordaba vivazmente y su sospecha la llevaba a que
podría ser la Directora
de la Maternidad.
La de la
Maternidad , seguro era doctora. Esa era la que podía tener
muchas influencias con todo el mundo. Y si era de la Maternidad , más que
seguro.
Así recordaba, cada vez más, uno a uno los pocos retazos que
conocía de esa vida pasada de Juan. Esos que él mismo, en algunos de sus
impulsos con fines entre educativos y comparativos, para mostrarle cómo la
quería y qué cosas había rechazado por amor a ella. Con el tiempo comenzó a
contar cosas que antes decía no haber hecho y, de repente, sí las había hecho.
La de la
Maternidad , le seguía dando vueltas; esa era la que le daba
más mala espina.
Pensaba que cualquier cosa que hiciese le afectaría a su
hija. Ya habían pasado veinte años y la nena comenzó la universidad. Todo era
tan tranquilo que le resultaba imposible romper esa paz, esa armonía que se
veía y se sentía. Lo que hiciese le arruinaría la vida a su hija que tanto
quería. Pero su tormenta de pensamientos era un tormento.
Se enfermó de los nervios. Visitó cuanto médico pudo y le
dijeron. Se prometió, en silencio, una venganza al mismo nivel, pero no podía,
su espíritu de rectitud era más fuerte. No podía hacer lo mismo que él.
Cuando comentó con sus amigas y conocidas sólo le dijeron
que deje todo como está, que todo estaba bien, que ya había pasado tanto tiempo
que no tenía mucha importancia. Que se olvide y que perdone, por amor a la
nena. Y otras, las pocas, dijo que lo deje al marido. Pero, le parecía injusto.
Porque a pesar de todo él estaba a su lado, ella lo quería y, además, quizá él
tampoco sabía nada.
Dos años después Juan murió en un accidente. Y en el
velatorio aparecieron muchas personas. Pero tantas personas y muchas eran
desconocidas para ella. Muchos matrimonios que le dieron sus sentidas
condolencias. Y Celina miraba para ver algún detalle que las delatara. ¿Cuál?
¿Cuál de todas era o todas eran?
Celina estaba casi sola, sentada, agobiada a un lado del
féretro. Por la noche llegó una mujer de unos sesenta años y con chaquetilla
blanca. Celina apenas pudo reconocerla. Esa señora había sido su enfermera
cuando nació la nena. La enfermera miró en derredor y se sentó pesadamente al
lado de Celina. Suspiró. Se arregló la falda y acomodó la cartera sobre el
regazo. Y habló.
- La doctora se apenó tanto de su situación que me ordenó
que lo haga. –Hizo una pausa y continuó- La hija de la doctora nació el día
anterior a la tuya. ¡Pobre nena! Nació casi sin vida, además tenía los dos
sexos, pobrecita. Y a los pocos minutos de dejarla en la incubadora… - Hizo una
pausa de pesadumbre y continuó - Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance.
Falleció.
Se lo dijo sin más, así en frío. Sin siquiera presentarse.
– La doctora dijo que apreciaba mucho a Juan y, como era
soltera… Era más fácil así para todos. Por todo ese asunto de los papeles.
¿Sabe? Murió también ayer. Era muy buena persona esa doctora... – Miró
gravemente a Celina y comprendió- Usted ya se imaginó todo esto ¿Verdad?
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