Esa doctora era buena persona.

martes, 17 de julio de 2012


- Esa chiquita no se parece a vos… - Dijo la vieja arpía. Por alguna razón le había agarrado odio. Celina sólo sonrió tímidamente y se encogió de hombros. Hacía poquito había ido a parir a la Maternidad esa hermosa nena que ahora tenía en brazos.
Juan era muy buen padre. Pero a medida que pasaba el tiempo la beba no se parecía a ella. Sí, era una mujercita, pero nada tenía de la familia de ella. La amaba, claro, pero aún recordaba las palabras de esa vieja infeliz.
Se enteró que había un lugar donde hacían un análisis para saber quien es el padre, pero era carísimo. Juntó el dinero como pudo y, sin que nadie lo sepa, fue al laboratorio. Allí supo lo que siempre intuyó: la nena no era hija suya pero sí del marido. ¡Esa niña era su única hija! ¡Tanto quería! La luz de sus ojos. Sin dudarlo pensó ¡Es mi hija!

El padre de la nena dijo conocía a una mujer que trabajaba ahí y que sería de ayuda para cuando nazca el bebé. Pero había salido con esa mujer, lo sabía. ¿Esa mujer habrá tenido algo qué ver? El marido decía tener muy pocas amigas y poco o nada hablaba de ellas, quizá sólo cuando se cortaba el pelo porque alternaba entre dos peluqueras desde hacía muchos más años que se conocieran y ahora todavía iba a ellas, sólo a ellas. Solíoa decir que eran amigas desde hace años, que no era nada malo ni extraño, y que podía conversar con ellas de todo. No dejaba de ser un poco raro, porque siempre se muestró muy delicado con las cosas que habla con otras personas. Celina comenzó a pensar, a desconfiar quizá, si habrán sido sus amantes ¿Novias, quizá? De todos los retazos y detalles esfumados del pasado que le contó, recordaba que alguien trabajaba en la Maternidad. ¡Eso sí era seguro! ¿Pero quién? ¿Cuál? Al menos conocía a una de las peluqueras, y era visible la incomodidad cuando, a veces, ella esperaba que termine el corte de pelo; a la otra apenas si la vio una o dos veces. Sólo la vio. Nada del otro mundo. A veces la atormentaba el pensamiento de con cuántas se habrán cruzado sin que ella supiese.
La nube de dudas comenzó a nublar toda su imaginación y sus ilusiones. Sufría. Había demasiados cabos sueltos y detalles no visibles. Pensaba en ese pasado de él, que apenas le había contado algunas, muy pocas, cosas como situaciones graciosas, situaciones extrañas, como aquella mujer casada, pero infiel, que nombraba a su marido cuando estaban en la cama. También había un extraño ser, una mujer, con quien no pudo hacer nada -le contó una vez entre risas- porque tenía ambos sexos, pero conservaba una linda amistad porque es muy buena persona. Esa mujer se casó y tiene ahora una hija pequeña, finalizó el relato y enfatizó: “sólo amistad”. A veces se cruzaban porque tenían lugares de trabajo cercanos, y hasta se ayudaban en algo relacionado con el trabajo de lo que Celina no entendía muy bien. Quien sabe cuántas situaciones y mujeres más que ella no sabía -ni quiso ni quería ya saber- y que quizá se la habían cruzado a diario, en esos saludos imperceptibles.
Cuando se conocieron, él recibía algunos llamados extraños que se negaba a contestar. Le parecía rarísimo. Porque en esa época vivía pendiente de su teléfono. Recordó que cuando se pusieron de novios lo hostigaban las llamadas de muchas mujeres, y él decía que eran compañeras o clientas. ¡Y una vez una fugaz empleada doméstica! Eso pasó delante de ella. Él le explicó muy alegremente que un amigo había publicado su teléfono para realizar entrevistas de niñeras para sus hijos pequeños. ¡Pero esta desvergonzada lo invitaba a tomar un café “sin ningún compromiso”!

Celina tenía un torbellino en sus pensamientos. Recuerdos. Sin embargo todo era tan tranquilo desde que tenía tres o cuatro meses de embarazo y ella estaba tan enamorada de él y él de ella. Salvo aquella vez que Juan tuvo esa locura de ir a Gualeguaychú con sus compañeros de trabajo y algunos clientes, justo antes que termine el carnaval. A un congreso de médicos, le dijo campantemente y lo hizo contra viento y marea. Todos eran visitadores médicos, le aclaró y que además era trabajo. Se fue a pesar del estado avanzado del embarazo y, al volver ni siquiera le mostró las fotos que tomó en esas dos semanas en que apenas si le respondía el teléfono cuando lo llamaba. Siempre estaba ocupado. Siempre apurado, las pocas veces que respondía.
Juan le había contado alguna vez, como siempre, algo casi sin importancia, que una mujer con muchas influencias lo acosaba y hasta habló difusamente de un confuso aborto. Ella nunca preguntó mucho, sólo eran cosas del pasado. Pero ahora recordaba vivazmente y su sospecha la llevaba a que podría ser la Directora de la Maternidad.
La de la Maternidad, seguro era doctora. Esa era la que podía tener muchas influencias con todo el mundo. Y si era de la Maternidad, más que seguro.

Así recordaba, cada vez más, uno a uno los pocos retazos que conocía de esa vida pasada de Juan. Esos que él mismo, en algunos de sus impulsos con fines entre educativos y comparativos, para mostrarle cómo la quería y qué cosas había rechazado por amor a ella. Con el tiempo comenzó a contar cosas que antes decía no haber hecho y, de repente, sí las había hecho.

La de la Maternidad, le seguía dando vueltas; esa era la que le daba más mala espina.

Pensaba que cualquier cosa que hiciese le afectaría a su hija. Ya habían pasado veinte años y la nena comenzó la universidad. Todo era tan tranquilo que le resultaba imposible romper esa paz, esa armonía que se veía y se sentía. Lo que hiciese le arruinaría la vida a su hija que tanto quería. Pero su tormenta de pensamientos era un tormento.
Se enfermó de los nervios. Visitó cuanto médico pudo y le dijeron. Se prometió, en silencio, una venganza al mismo nivel, pero no podía, su espíritu de rectitud era más fuerte. No podía hacer lo mismo que él.
Cuando comentó con sus amigas y conocidas sólo le dijeron que deje todo como está, que todo estaba bien, que ya había pasado tanto tiempo que no tenía mucha importancia. Que se olvide y que perdone, por amor a la nena. Y otras, las pocas, dijo que lo deje al marido. Pero, le parecía injusto. Porque a pesar de todo él estaba a su lado, ella lo quería y, además, quizá él tampoco sabía nada.

Dos años después Juan murió en un accidente. Y en el velatorio aparecieron muchas personas. Pero tantas personas y muchas eran desconocidas para ella. Muchos matrimonios que le dieron sus sentidas condolencias. Y Celina miraba para ver algún detalle que las delatara. ¿Cuál? ¿Cuál de todas era o todas eran?
Celina estaba casi sola, sentada, agobiada a un lado del féretro. Por la noche llegó una mujer de unos sesenta años y con chaquetilla blanca. Celina apenas pudo reconocerla. Esa señora había sido su enfermera cuando nació la nena. La enfermera miró en derredor y se sentó pesadamente al lado de Celina. Suspiró. Se arregló la falda y acomodó la cartera sobre el regazo. Y habló.
- La doctora se apenó tanto de su situación que me ordenó que lo haga. –Hizo una pausa y continuó- La hija de la doctora nació el día anterior a la tuya. ¡Pobre nena! Nació casi sin vida, además tenía los dos sexos, pobrecita. Y a los pocos minutos de dejarla en la incubadora… - Hizo una pausa de pesadumbre y continuó - Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance. Falleció.

Se lo dijo sin más, así en frío. Sin siquiera presentarse.
– La doctora dijo que apreciaba mucho a Juan y, como era soltera… Era más fácil así para todos. Por todo ese asunto de los papeles. ¿Sabe? Murió también ayer. Era muy buena persona esa doctora... – Miró gravemente a Celina y comprendió- Usted ya se imaginó todo esto ¿Verdad?